Hasta las mejores personas guardan un murciélago en el campanario.
D. E. Stevenson
La caída de la máscara, en el maquillaje sutil de las irreverencias, forma parte de procesiones incontenibles, capaces de lograr cambiar el curso de una historia natural sin la sincronía del tiempo presente.
Hace un par de días logramos casi lo imposible, hacer conexión entre al menos siete personas al mismo tiempo, y discurrimos el telón de un escenario alterno mágico, sin más preguntas que el vaivén natural de ese lenguaje cálido isleño.
Somos parte de un todo sin color ni aroma, que se retrata a sí mismo, en la quietud fabulosa de otros encantos; más de 100 años juntos y contando el cuarto mes que también suma esa Isla de antiguas casas en los colores, verde, blanca y roja, con apellidos de familias con arraigo y prestancia.
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