A lo largo de estas interminables semanas de campaña política por la Presidencia de México y de otros muchos cargos de elección, con frecuencia escuchamos y leemos a los periodistas referirse a la falta de asertividad de los candidatos que conectan o no con sus discursos con los ciudadanos, potenciales electores, y es que el modo de hablar, no es bajo ninguna circunstancia un asunto menor, sencillamente porque se trata del estilo, del modo personal como las personas, en este caso los políticos, se comportan ante los demás. El lenguaje es además de las palabras el conjunto de gestos, ademanes, tonos y actitudes con que comunican sus ideas con ánimo persuasivo, es decir retórico.
La manera particular como cada persona entiende y se explica el mundo tratando de encontrar soluciones, constituye un hallazgo de verdad, una toma de postura frente a la realidad que en el momento de comunicarla a los demás, hace necesario pensar antes de hablar. Resulta indispensable, por así decir, vestir el mensaje con palabras adecuadas para ofrecerlo a los otros, de manera que ese mensaje sea aceptado y caiga bien por la verdad que contiene y por el modo cuidado y preparado como se presenta.
En ese sentido el discurso político es como un gran señor, al mismo tiempo frágil y necesitado de ser presentado del modo que parezca lo que realmente es; la frivolidad de los políticos que desprecian el cuidado en las formas y maneras de hablar, en realidad refleja carencias personales de cultura y carácter y mala retórica cercana al gruñido, la grosería y la brutalidad que puede parecer divertida por atrevida, pero en realidad es una desafortunada forma del discurso político que conecta con pocos y desde luego convence a menos.
El lenguaje es poder político, mueve a las personas creando estados de opinión y toma de postura al presentar narraciones y argumentos que suscitan en los oyentes pasiones y emociones por las propuestas y por las denuncias que contienen, y en ese sentido es o debería ser inseparable del discurso político y de quien lo pronuncia el compromiso moral con la verdad, de manera que al tiempo que se debe pensar antes de hablar y en consecuencia cuidar el tono y la manera en que se dicen las cosas.
Lo más importante es que el contenido del mensaje político sea verdad, no manipulador, ni puesto al servicio de intereses ajenos al bien común.
El buen discurso político debe evitar los trucos efectistas de las medias verdades y las ironías dirigidas al sentimiento de los oyentes que se dicen para impresionar o intimidar y conducir preferencias de voto; la mala retórica distorsiona la verdad, haciendo de la fuerza física o verbal el argumento de la violencia, tan destructora como irracional.
El nivel de injusticia, crimen y violencia al que hemos llegado en México como fruto tolerado y envenenado de impunidad y corrupción, alcanzan de alguna forma a todos los políticos en campaña, al punto de ser frecuentes los desencuentros donde se echan en cara sus trampas, transas y tropelías, expresiones de degradación moral que definen al grupo político que los postula o que de hecho son forma de vida cínica de los así llamados políticos profesionales.
La democracia se ejerce y renueva en la dinámica de candidatos que se postulan a los diferentes cargos de elección. Es una forma de organización social y gubernativa que en su esencia confiere el poder de gobernar al que alcanza la mayoría de votos, esto supone elevar al elegido a una posición de autoridad que no debe separase del contenido de responsabilidad moral que le es propio y que tienen como referente obligado el bien común que se concreta en obras de gobierno forjadoras de la paz social.
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