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El único remedio contra el olvido; la memoria

Entre las cosas hay una que no se arrepiente nadie en la tierra. Esa cosa es haber sido valiente. Jorge Luis Borges.

Pocos, tal vez contados en el universo de las cosas y las personas, dimensionamos en este espacio de atención la gravedad que está atravesando el mundo globalizado, con o sin los distractores en la obviedad de una política ramplona, mezquina, apartada de los conocimientos básicos de respeto y verdad.

No somos adivinos, ni magos ni mucho menos anunciantes en temporada de emergencia. Abandonamos muchos esas zona de reclusión que fue el 2020, casi todo desde marzo, a medio mes; para ir poco a poco atreviéndonos a salir de casa, asistir a las labores en los compromisos profesionales, con algo de temor, no miedo.

Hoy, en esta primera participación de un año nuevo, el 2022 se nos presenta más austero en todos los sentidos, mayor cantidad de problemas más allá de las economías en contrasentido, donde lo oficial hace que no pasa nada, pero los incrementos en los precios de los productos de primerísima necesidad están a todo lo que dan, sin ningún control.

Así está el virus en su cuarta o quinta estación, estacionándose más en la pobreza, con ocultamiento de información, maquillaje a granel en las cifras de contagios con Ómicron, mientras una nueva variante está apareciendo en el otro lado del mundo, esa Europa resguardada, mientras en México estamos abiertos, dispuestos a morir y ser un número más de la estadística en materia de salud.

También ahora, cuando cae la tarde del primer lunes, en el primer mes de la tercia de dos, con un cero intermedio, la memoria nos recuerda “SI NO PUEDEN RENUNCIEN”; pero también la gran marcha en la Ciudad de México en contra de la violencia, todos vestidos de un blanco inmaculado; sin dejar de lado los gastos ridículos y estratosféricos de situaciones como la “Estela de Luz”.

Quienes gobiernan marcan el paso de sus administraciones, en lo federal o en lo local, cada quien a su manera, despilfarrando los recursos públicos a su alcance o no, total la deuda puede aumentar, sin que nos enteremos los mortales mexicanos “clase media”; cero transparencia en estos rubros, caprichos y más gustos y vanidad en una democracia en pañales.

¿Y dónde quedaron los 43 desaparecido de Iguala y esa noche trágica? Más palabras al viento, el micrófono y los oyentes es una sincronía de alborotos en do mayor, que no sobrepasan las 48 horas, en una mecánica de conferencias al estilo peculiar y único; de amargar la realidad con un estruendo pintoresco pero no creíble.

No hay más verdad que el día a día, el paso a paso, andar en los temores y las cofradías no extraviadas, identificadas desde un anonimato con fachada y color, con retos que deben ser parte de ese embrujo seductor del poder, que no pudo con quien desde la Patagonia envió una ola gigantesca tipo tsunami política, ante un gabinete endeble, corrupto a la vista de quien no puede salvar la cárcel hoy.

No podemos permitirnos olvidar los años recientes, por cumplirse en un par de meses dos de ellos, con terribles cuentas y resultados magros, y pensar que solíamos decir que no podríamos estar peor, de lo que vivimos en los tiempos del denominado neoliberalismo.

Nos agota el conformismo, nos inquieta el cinismo, nos marcan las indefiniciones o las definiciones estériles al margen de un poder que abusa del dolor, la pobreza y el abandono a la suerte de quienes sirven a la Nación, cada minuto de su existencia, desde cualquier trinchera válida, con educación o no, con total respeto sí, pero sin ese ida y vuelta, en una paz sosegada, amarga vida tenemos y pendemos de un hilo con la muerte.

Sabemos que estamos retratados ante la crítica acida, esa que no reconoce historia, que golpea puertas y aniquila pensamientos en libertad, desde la ficción de un México irreconocible, irreconciliable, pero con mucho presente para brindarse aún.

En primera línea

La política doméstica se ha pervertido, reaparece el chantaje como instrumento de vanidad, equiparable a la exigencia de un diálogo sordo, innecesario en el tránsito de una democracia en libertad.

Del otro lado de la acera, dentro de un platillo que no vuela, permea la ignorancia y la ceguera, para dar paso a la cachondez y arrimón de palabras en terciopelo para alimentar la vanidad.