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París bien vale una misa

Por Franck Fernández Estrada

Ya hemos hablado del rey francés Francisco Primero quien tuvo dos hijos y de cómo el mayor de ellos y delfín, debido a su encarcelamiento como rehén en Madrid, hizo de él un niño débil y enfermizo que lo llevó a la muerte. A la desaparición de su hermano, el delfín fue Enrique, segundo hijo de Francisco, y quien fue coronado Rey de Francia bajo el nombre de Enrique II y que casó con la integrante de una riquísima familia florentina, Catalina de Médicis.
La muerte de Enrique II fue horrible y con grandes sufrimientos, esta muerte incluso fue profetizada por Nostradamus. Lo sucede su hijo mayor Francisco II, por ende, nieto de Francisco Primero. Su reinado fue marcado por la brevedad (solo un año), por ser por alianza Rey de Escocia –al estar casado con María Estuardo- y por el comienzo de las dramáticas Guerras de Religión de Francia que enfrentaron a católicos contra protestantes o hugonotes). Murió por una otitis perforada. Como no tenía descendencia el trono pasó a Carlos, su hermano, quien reinó bajo el nombre de Carlos IX. Fue durante su reinado que tuvo lugar la horrenda noche de San Bartolomé, el 24 de agosto de 1572. Todo comenzó por un atentado realizado contra la persona de Gaspar de Coligny, uno de los líderes de los protestantes. Por consejo de su madre, Catalina de Médicis, y pensando era el inicio de una sublevación de parte de los protestantes, Carlos reclamó la muerte de todos los no católicos, excepción hecha a los príncipes de sangre real.
De hecho, las masacres de la noche de San Bartolomé duraron varios días y no solo se vivieron en París, sino en muchas otras ciudades francesas. Cuentan los contemporáneos cómo flotaban en el Sena los cadáveres de niños, mujeres y ancianos. Se calculan unos 100 mil muertos.
Carlos IX murió en el Castillo de Vincennes, al este de París, de muerte natural entre neumonía, fuertes fiebres y hemorragias. Ante la falta de descendencia lo sucedió su hermano Enrique III.
Enrique III (bautizado Alejandro Eduardo) había sido electo Rey de las Dos Naciones (Rey de Polonia y Gran Duque de Lituania) y fue llamado como heredero que era del trono francés a la muerte de su hermano el Rey, Carlos IX. Aunque estaba casado tampoco tuvo descendencia porque su mirada no iba a su esposa sino a sus múltiples “mignons” (hermosos) de los que se rodeaba, aunque últimamente los historiadores se preguntan si esta situación de preferencia sexual de Enrique III era real o rumores dañinos de sus múltiples enemigos. Enrique III murió asesinado por una certera puñalada asestada por un cura, quien así protestaba por lo que consideraba prebendas que Enrique III daba a los protestantes. Su muerte acaeció en el hoy desaparecido Castillo de Saint Cloud al sur suroeste de París mientras recibía al cura asesino sentado en el retrete (en el treno dirán otros). Con la muerte de Enrique III finaliza el reinado de la familia Valois en la historia de Francia
Normalmente hubiera debido sucederle Francisco d’Anjou, siguiente (y último) hijo varón de Enrique II y Catalina de Médicis, pero había fallecido de tuberculosis por lo que con la muerte de Enrique III se plantea una crisis de sucesión en Francia que, para colmo de males, estaba inmersa en las terribles Guerras de Religión.
En Francia se practicaba la Ley Sálica, que es una interpretación un poco traída por los pelos de viejas leyes bíblicas que impedía que las mujeres reinaran (no es el caso de España, Rusia, Inglaterra, Holanda, Dinamarca… donde sí ha habido mujeres reinas) por lo que el trono, que hubiera debido corresponder a la famosa Margarita (Margot) de Valois debía pasar a su esposo, Enrique II Rey del pequeño reinado de Navarra, protestante declarado y que, por demás, había sido cabecilla en más de una de las contiendas contra los católicos. Con el reinado de Enrique II de Navarra y IV de Francia comenzó la era de la familia de los Borbones que terminó con el reinado de Luis XVIII, hermano de Luis XVI quien murió bajo la guillotina acusado de traición a la Patria por un tribunal revolucionario durante la Revolución Francesa.
Nadie estaba de acuerdo con este matrimonio. Ni los novios. Ni el Papa Gregorio XIII. Ni el pueblo de París, profundamente católico. Como Enrique II de Navarra era protestante no podía gobernar porque era condición insoslayable e indispensable ser católico. Enrique también pasó a la historia por tener una horrenda halitosis (le gustaba comer dientes de ajo crudos) y por sufrir de un fuerte olor de pies, lo que no hacía muy agradable su compañía a las damas a pesar de haber tenido varias amantes, de ellas la principal fue Gabrielle d’Estampes.
A Enrique IV solo le quedaba convertirse al catolicismo para poder entrar victorioso a París y ser proclamado Rey de Francia. Ya en el pasado había saltado alegremente de una religión a la otra sin mucho remordimiento, pero esta fue la última. Se debe señalar que no fue consagrado Rey en la Catedral de Reims, como lo dictaba la tradición francesa, por el hecho de que ya él era Rey de Navarra.
Se dice que ante tal disyuntiva expresó la frase: París bien vale una misa, haciendo referencia a la misa a la que iba a entrar y que lo reconvertiría en católico, una vez más. Hoy en día esta expresión se utiliza cuando uno debe hacer algo no muy deseado pero con un resultado que lo justifique. A pesar de todo, la historia lo reconoce como el mejor rey de Francia.
Más adelante Enrique IV se separó de Margarita Valois y caso en segunda nupcias con María de Médicis (sobrina de su suegra) quien traería pingües cantidades de dinero tan necesarias a una Francia empobrecida. Con el Edicto de Nantes Enrique IV logró la pacificación de Francia, exhausta por tantas guerra fratricidas, hizo que cada fin de semana cada familia francesa tuviera en la mesa un pollo (símbolo de buena alimentación) y con su segundo matrimonio tuvo a su hijo Luis, quien más tarde reinaría bajo el nombre de Luis XIII, el Justo.

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