Considero que las inteligencias probadas nunca pierden el rumbo, precisan la ruta critica para saberse sabios, entre aquellos años cincuenta que ahora leemos en la historia de México y universal, pero más la contada al natural, por quienes formaron parte de esos años inolvidables y sobre todo cargados de experiencias.
Cada tarde de domingo es única; ya el jueves pasado fue un presagio, en una charla entre tres, con una testigo que anotaba en su memoria el día único, que pueda servirle para desarrollarse y crecer, en la medida de los objetivos planteados.
Hace unos días era cuestionado por un adolescente sobre uno de los iconos de esa historia en un país de absurdos, contraposiciones, megalomanías, poder autoritario y hasta maldad en el dictado del presente visto hacia el futuro.
Benito Juárez resulta ser quizá como el Pípila, ante una Alondra de Granaditas en Guanajuato, inmóvil, distante de los hechos narrados, como el niño artillero, y otras y otras tantas histerias que muy poco nos sirven para construir fortalezas, ciudadanía, no vanidades para el aparador de las presunciones que se presumen.
Alborotados y ya entrados en gastos de tiempos valiosos, tanto para usted que me lee, como para quien esto teclea, este domingo que apenas rebasamos por la derecha, con dos de mis hijos y el tío Fernando Rafful, del cual siempre me he sentido orgulloso, por nuestro origen, y más por todo el andamiaje recorrido de enseñanzas, nos salen a deber en un país más allá del cinismo y las manutenciones en fuga.
Intercalando comentamos, para ir de un lado a otro, entre la familia y nuestras raíces, las primeras responsabilidades, y hasta el asombro de Mariana y las preguntas de José Alberto, porque había tanto que escuchar el día del festejo nacional católico en México, con silencios de pronto premonitorios.
Leer ha sido una gran pasión, junto a la escritura, ambas sumadas en el verano de una tarde en la Isla de Carmen, donde se juntaron para nunca más separarse, en el relevo de la juventud por la niñez. Tan solo fue la primera, donde “La madre” de Máximo Gorki hizo que nos sedujeran los escenarios de vestimenta y colores en tonos altos.
Charlar, platicar con tantos años a cuestas por parte de quien siempre he considerado mi gran mentor, desde los 15 años y hasta hoy; sigue sumando lecciones de vida, en la necesidad de saber escuchar, imaginar desde todos los sitios posibles, con el acompañamiento de las abuelas, de las dos partes. Fue un gran privilegio que siempre tendré presente, entre el tren y el camino, las sonrisas y las naranjas; Carmen y Oxcucab; tantos recuerdos alborotan mi memoria ahora.
Uno de esos martes que casi alcanza el medio mes, del último en el calendario del año 2021, y es que también leí más de una vez el pasado fin de semana, que podríamos estar haciendo algo por última vez y no lo sabemos. Cuanta verdad retratada en tan pocas palabras, en frio, en seco, sin neblina ni sol; naturales, auténticas, reales.
Vaya que los años sumados son malabarismos, pero también quietud; en ese recuento de cuánto podría faltarnos, cuando vemos a la distancia algunas metas que parecieran nublarnos la memoria, ya en la plática coloquial de regreso a casa, con quien todavía no sabe qué estudiar en la universidad el año que está asomándose ante nosotros.
Nunca nos vamos a jubilar de los gustos sublimes, de las comidas en familia los domingos, por ese toque especial, entre nostalgias y recuerdos, presente y pasado, en ese cómputo de una tregua que vuelve a hacernos sentir vivos, para reescribirla con una nueva protagonista.
En primera línea
Peregrinar, palabra recurrente en los días recientes, peregrinos somos todos, que vamos de un lado a otro, no en la búsqueda de altares, sino de respuestas, en la obviedad de las ocurrencias.
Migrantes peregrinos que atraviesan todos los peligros, en países que le son ajenos, hostiles, violentos, expulsados de los suyos por más de lo mismo. Eso somos hoy.