A estas alturas de la existencia, cuando hemos superado las cinco décadas de vida útil hasta ahora, por lo menos, caemos en la cuenta que los seres que más amamos se han adelantado en el viaje sin retorno.
Solíamos escuchar a nuestros padres, este día sobre todo, no olvidar quitar las palancas del patio de la casa, aquellas que subían las lías con la ropa para secarse; porque se podrían tropezar los espíritus de las almas de los niños que nos visiten.
Hoy son otros tiempos, donde la maldad invade en demasía casi todos los reductos habitables. Hemos perdido ostensiblemente las buenas costumbres, nos gana lo superfluo, la inmadurez no repara en calamidades.
Mañana iremos a los panteones, muchos por esa costumbre arraigada en la educación, a visitar a los seres queridos, llevarles una flor, nuestra presencia, y quizá hasta un monólogo de la vida en tránsito.
Los mortales ocultamos nuestros temores en la mayoría de los casos. Por eso hacemos un sin fin de rimas sobre la muerte, nos reímos, no a carcajadas, eso también es historia, hemos dejado de reir, hacemos una sátira de la huesuda que no hallamos como ocultarnos de ella.
Días de reflexiones profundas comentaba ayer en este mismo espacio, porque la vida da para eso y más. Tenemos que darnos el tiempo para lo fundamental de la existencia, pero primero siempre intentamos cubrir las necesidades financieras, las deudas, compromisos, que nos angustian y no nos permiten pensar mejor.
Dejamos para después la sana convivencia, más ahora con los aparatos celulares, que han contribuido en hacernos solitarios, conversamos a través de un instrumento contaminante de nuestra tranquilidad.
Conocemos gente que nunca veremos frente a frente, pero intuimos sensibilidad, sencillez; muchas veces frustración; otras enojo, y más frases de positivismo para salir a flote, aunque de antemano sepamos que no sirve de mucho.
Porque leemos una vez más, ahora, los titulares de los diarios nacionales, y puras fatalidades, que mejor valdría la pena descansar entre los muertos, al retratarnos sin alternativas como mortales, sin oportunidades de un empleo formal, ese que nos brinde paz en la tierra, esa que diario transitamos vulnerables ante la realidad.
Se afirma que diputados federales gastan la friolera cantidad de mil 166 millones de pesos, con absoluta opacidad y nada pasa.
Que a las universidades del país les arrecia la crisis por falta de recursos, y una clara muestra de incapacidad para generar ellos.
Y hasta la Iglesia pide perdón por las alusiones ofensivas a los gays; vaya, hasta Norberto Rivera se sincera en días de fieles difuntos.
Los magistrados electorales dejan un pozo de dispendios, mientras alcaldes veracruzanos de filiación panista y perredista tienen tomado el palacio de gobierno por la no entrega de los recursos para sus municipios por parte del prófugo Javier Duarte.
De lo bueno poco o nada al terminar un mes de octubre, el décimo del año; porque hoy entra la aplicación del nuevo aumento a las tarifas eléctricas, y sabrá Dios si nos alcance para no tener, junto con pegado, un aumento más a las gasolinas.
Un país como el nuestro que siempre está en un debate entre todos los sectores productivos, pero más los improductivos, esos que nunca logran sumarse a la cosecha de buenas nuevas.
Es más, hasta las ofertas de temporada nos parecen mentira, inaccesibles ante una realidad que abruma, y quizá hasta enloquece a miles de ciudadanos.
Antes nuestras preocupaciones pasaban por la emisión de humo de un cigarrillo, pero determinamos no hacernos daño, no solo a la salud, sino al raquítico bolsillo que hasta monedas ha dejado de traer.
Caminamos el pasado domingo el Centro Histórico de la Ciudad de México. La gente como deambulando entre las frases, disfraces y ofrendas; no tenemos claro, pero si nos consta, que el contagio del sentimiento negativo es general.
México debe cambiar, puede cambiar, no solo en el discurso, o en las intenciones superfluas. Seguimos pensando que el pasado de nuestros padres fue menos duro; se trabajaba más, pero también sentíamos que se sufría menos entre los vivos.
En primera línea
Los panteones lucirán sus mejores galas; unos conmemoran a sus muertos; otros tantos limpian sus tumbas, se hacen ofrendan, se llega hasta pedir perdón por el pasado, que por cierto no tiene retorno.
Carmen con sus dos panteones, uno saturado y otro desordenado; uno céntrico y otro marginado. Manitas de gato para los visitantes que observen más cal que sal.