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Siempre hay otros: El penúltimo recuento de daños

No fue un partido más en suelo mexicano. Era un lunes muy especial, quizá el único que logremos disfrutar en muchos años, en la Ciudad de México al menos.
El futbol americano bien afirman que no mezcla a la política, pero el sentimiento era otro en el Estadio Azteca la noche del 21 de noviembre de 2016.
Más allá de saber cuáles de los dos equipos del emparrillado se enfrentaban, estaba conocer varias aristas que se iban a ir presentando, conforme avanzara el espectáculo, y desde luego saber al final un resultado poco trascendente para los asistentes al remodelado coloso de Santa Úrsula en el sur de la gran urbe.
Desde la llegada, con un tránsito de vehículos muy fluido, se notaba que la organización era de otro país, de otros criterios, de cero tolerancia, de ir por donde marcan los cánones, sin llevarle la contra a nadie.
Eran poco más de las siete y media de la noche, y las luces blancas de los automóviles no dejaba de pasar junto a nosotros, fluidos, sin detenerse, por la eficiencia de la policía capitalina, un operativo blanco al final reportado a sus superiores, que trabajaron intensamente durante varias semanas toda la logística.
Fuimos literalmente invadidos por esos aficionados al futbol americano, que son muy diferentes a los otros deportes.Muy aguerridos, muy respetuosos, como estereotipos bien marcados, tanto de un bando como de otro, sentados juntos la mayoría de los rivales en las tribunas del estadio.
Anunciado el himno de los Estados Unidos de Norteamérica e invitados a ponernos de pie, respetamos el canto y asimismo hicimos lo propio con el mexicano, con láminas en el centro del campo, que mostraron ambas banderas de los países hermanos, durante el tiempo que se efectuó la ceremonia de los himnos.
En el palco mexicano Luis Videgaray, José Antonio Meade, Enrique De la Madrid, más la comitiva norteamericana encabezada por la embajadora Roberta Jacobson, y el alcalde de Houston, electo hace un año por cierto y demócrata.
Respetar al prójimo en ideas y pensamientos es lo más cercano a lo sublime, más en un estadio de 70 mil gentes de todas las culturas posibles, imaginables, que logramos divisar a lo largo de más de tres horas que duró el espectáculo.
Al medio tiempo una banda de guerra de Puebla, con vestimenta alusiva al color que identifica a su gobernador, y posteriormente unas tablas gimnásticas en color rojo por más 500 voluntarios, mientras se escuchaba música de todo tipo, hasta la voz de Juan Gabriel en una de sus más sentidas composiciones, la frontera que da identidad a miles de migrantes.
El penúltimo recuento de los daños después de la elección de Donald Trump estuvo en el ambiente; eran menos, una minoría, los que simpatizaban con los Texas de Houston, y obviamente ni un solo comentario de las elecciones en el vecino país ahora un poco más incómodo; no para todos.
Ahora a esperar la transición de los poderes entre demócratas y republicanos, ahí donde no se podrán entender en público, pero en privado los acuerdos alcanzan para no desatar una cacería innecesaria, como aquí en México.
Tenemos que proponernos la consumación de una mejor Legislatura, que privilegie la rendición de cuentas, pero sobre todo la transparencia de los recursos públicos, banderas de algunos gobernadores como el de Campeche, comprometido con los resultados finales y a plazos fatales, en ese cumplimiento de un proyecto con sentido común.
Ahora más que antes somos observados; leídos los mensajes cifrados; lo que se dice y hasta lo que no se menciona; todo tiene una explicación lógica, que no se encuentra en la botica de la esquina.
La contención de daños del presidente Peña Nieto ha sido puesta en marcha, y tenemos que aplicarnos con un nacionalismo serio, no envolvernos en la bandera, sino privilegiar el diálogo, el consenso, sobre ese disenso que solo retarda un inminente desarrollo, sobre todo del sureste mexicano.
No es Donald Trump único; la diplomacia lo puede lograr, sensibilizar a la locura, a esa irremediable pérdida de memoria norteamericana, donde los migrantes son el gran estandarte donde se asienta gran parte también de su consumo interno para una saludable economía.

En primera línea

Tenemos todo para competir. La mano de obra de este país es calificada, hay de todo para el mundo y viceversa; los Estados Unidos no son ni el ombligo del mundo, ni los únicos habitantes del planeta tierra.
Y es que cuando más revuelto está todo, más oportunidades existen para mover esas montañas de ociosidad y telarañas que nos invaden de pronto.

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