No creo que hay que lamentarse sobre el propio destino, pero a veces es muy duro.
Lósif Stalin
No se trata de ir hilando fino, mucho menos atravesar los pasillos de la indiferencia, en el quehacer pausado de las batallas que no se han librado aún, y que en 90 días se retratarán de un solo lado.
Ni broncos ni mucho menos esquivos ante esa realidad que abruma a una mayoría dizque harta de todo a la vez, pero que sigue coreando insultos en los estadios de futbol, y condenando las propuestas serias de quien afirma está preparado para gobernar el país.
Nos queda claro que requerimos de un amplio revulsivo que nos devuelva un poco de quietud, ante las inoperancias de los reactivos a la vista; hoy nadie podría asegurar quien gana la elección de 2018.
Mucho menos la conformación del Congreso de la Unión, que debiera ser un saludable contrapeso, que nos representaría como sociedad una confianza que hoy está extraviada.
Vamos acumulando negativos en los días que los precandidatos le han dedicado a sus arengas a favor de un México que no se retrata con la misma cámara, ni mucho menos es un reflejo de una realidad abrupta que nos encontramos a nuestro paso.
Peña Nieto pudo haberse equivocado o no; pudo haber errado o no. Lo mismo sucedió con Vicente Fox o Felipe Calderón, decisiones inmediatas a problemas profundos, añejos, que antes no habían ni tenido un diagnóstico serio, menos una posible solución de fondo.
Quien llegue al poder el 1 de diciembre de 2018 tendrá la gran oportunidad de cambiar el curso de la historia, como sucede en los relevos generacionales en varios estados del país.
Nos vamos acomodando de acuerdo a las circunstancias. Muy pocos, escasos me atrevería a escribir, son aquellos que acompañan las procesiones en silencio.
Las derrotas que se nombran huérfanas, y hoy, ante quienes nos leen, discuten, y versan de una u otra manera de los temas que le dan sentido a la política eficiente, no de cofradías, sino de edificación de lealtades, pero además de construcción de unidad por proyectos, productos a favor de una sociedad incluyente y plural.
La demagogia la vamos venciendo de a poco, con inteligencia, sin vanidades; somos parte de una gran generación de mexicanos que no podemos irnos sin aportar algo más que palabras al viento y quejas al unísono.
La realidad nos ha atrapado al cuarto para las 9 de la noche, ante las teclas negras con sus letras blancas. A casi 13 años de distancia de la primera y única vez, donde navegamos en un mar revuelto, sin salvavidas de por medio.
México hoy está urgido de respuestas para salir a flote, con energía o sin ella, con petróleo y mares con amplia riqueza, un país que se salva de los desencantos, y que se reta a si mismo en las adversidades.
No requerimos que nos salven la plana, ni probar qué somos capaces de sobrevivir en condiciones complejas; nacimos para compartir más que momentos de quietud e inquietudes; estamos para salvarnos de un colapso anunciado.
Las elecciones son solo un parámetro ante tantos distractores; unos se cuidan, otros salen al paso de los temas fundamentales, pero desafortunadamente no avanzamos.
Nos falta esa parte de la historia que debe escribirse por la mayoría, en una democracia más que perdurable, perfectible, que acuse recibo de las libertades, aunque en ello se nos vaya la vida misma.
En primera línea
Son días para el ruido estruendoso, para el sano esparcimiento, para esa bondad de dar alegría a la tristeza en un carnaval de ilusiones y concursos.
No habrá paradas para el bailongo; todo es superable, no se compite para ganar, se participa para borrar del rostro la realidad de una vida que no sabemos el final, ni en el desfile final.