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Siempre hay otros: Ruta crítica, contra el silencio

El tiempo es una de las cosas importantes que nos quedan.
Salvador Dalí

Ya es imposible detener esa ola que determina casi por decreto que todo está mal. Ni siquiera intentar revertirla, porque cada cual construye desde su reducto sus mayores fortalezas; lo demás es tinta y papel.
Pareciera que nos remontamos a mediados de los años setenta, cuando conocimos Puerto Escondido, en Oaxaca, o Cancún, en Quintana Roo. Éramos literalmente arrastrados antes de llegar al valle de una gigantesca ola, y dábamos varios giros, impregnados de arena fina.
Así sucede hoy en día. Sin proponérnoslo, estamos siendo llevamos, arrinconados, válganme la expresión, a un pequeño callejón, ni siquiera inundado de oscuridad, sino falto de opciones para salir, ni rescatados por los aires.
La vida es eso, oportunidades que tomamos al momento, o dejamos ir para siempre. No hay frases cursis de que el tren pasa dos veces, que el último vagón es único ante las inoperancias, pero en la carta que se oferta no hay nada, absolutamente nada de certidumbre.
Estamos ante una gran parodia, sin tintes de fatalidad, pero si de seguir en ese constante delirio de la queja. Nos volvimos a equivocar, destapamos al verdadero demonio, ese que nos alcanzará con toda su fuerza y sin razón.
El capitalismo a ultranza, un neoliberalismo que ha sido inmisericorde con las clases medias, que aplasta a los pobres y que no le da salvedades al desvalido.
Los ricos serán millonarios y unos cuantos, privilegiados todos a la vez, lo hemos seguido notando, está a la vista de todos, marchas, plantones, y los ganadores siempre los que encabezan estas simulaciones, o los que mueven esos otros hilos.
Ya basta de tantos partidos políticos que mantenemos, sin cuentas por rendir, con nuestros altísimos impuestos, producto del trabajo honrado. No tienen cara los consejeros en brindarse vía la Cámara de Diputados esos sueldos de país de primer mundo, ni ellos lo tienen.
Magistrados, jueces, consejeros de todo, y no hay respuestas a las preguntas de siempre. País como México, que privilegia la libertad de expresión, pero que le falta hacerse de la verdad en sus instituciones. Los tres niveles de gobiernos son corresponsables de lo bueno, de los logros, pero deben asumir los retos del siglo XXI de una vez por todas.
Con la voluntad no vamos a convencernos de que podemos estar mejor, los precios de los productos básicos no van a bajar; seguirá la espiral al alza, no nos enganchemos con discutir lo mejor para México, eso ni los economistas lo saben.
El TLC se ha atorado en su definición y revisión por los intereses que hay alrededor, ni Carlos Salinas es el peor de todos, ni el que siga le pisará los talones.
Nada para hoy es prioridad como la paz que deseamos, en la cual no trabajamos. Seguimos incendiando con letanía cursi, y además en las redes sociales contaminamos, repitiendo las mentiras que nos endilgan desde una computadora a distancia, y así no vamos a ninguna parte.
Para caminar hacia adelante, hay que tomar quizá hasta la mejor brecha, pero nunca detenernos en lo que antes eran obstáculos, y ahora quisiéramos verlos como opciones.
Nadie cambia seis años después; somos lo que hacemos, lo que no ofertamos, lo que discutimos, si, pero con argumentos, con solidez, pero más aún con credibilidad. Las cuentas deben cuadrar y México no tiene porque seguir apuntando a destruir su futuro.

En primera línea

Varias lecturas podrá tener la visita del candidato José Antonio Meade a Campeche ayer domingo, pero la más importante está en el desenvolvimiento en el discurso.
Todo en el escenario político cuenta, suma o resta, y al final de la actual campaña política no importarán tantos los cómos, sino más bien los porqués.

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