Berenice Ceballos García
Campechano.-Natural de Campeche. Que se comporta con llaneza y cordialidad, sin imponer distancia en el trato. Así lo define la Real Academia Española. Por mi parte, yo lo defino como sencillez, espontaneidad y familiaridad. Así es este pueblo pillo. Con sus andanzas bailarinas. Con su pregón al amanecer. Con la marchanta y sus huacales. Con sus tradiciones siempre de frente. Con los mariscos de mejor sabor en el sureste. Con su arte. Con su gente. Con su todo y con su nada. Con el simple hecho de ser campechanos.
El hecho es que definir el término campechano puede resultar un tanto amargo. Conlleva tal proporción que sería un delito no incluirlo todo. Aunque por benignidad divina, la aspereza de la amargura la combaten muy bien sus merengues tradiciones. O quizás le otorgue un exquisito sabor sus frutas de temporada. Para su buen acabose también incluye el canto ganador de la lotería, jugado con tal destreza cual apuesta gánster. Es Campeche, mi estimado lector, el hogar de muchos. Lo ha sido de usted, y lo es mío por ahora.
Y como cada octubre, este lugar se viste de fiesta. Desempolva sus mejores galas. Las presume por las calles. Bailan sin pena. Oran con devoción. Lo marca la historia. La usanza se ha hecho tradición. El rímel y el bilé decoran la expresión. Festejan los cimientos de una villa que se convirtió en región. De San Francisco y sus triunfos. De su histórica rebelión. De su procedencia y singularidad. De ellos. De hermanos. Del cobijo a los foráneos. Más del rechazo a la desorientación. Festeja sus triunfos y el transcurrir del tiempo. Conmemora la identidad.
Y ante tanto escenario salen a relucir unos ingenuos actores. Son tan pequeños como su corta edad. No comprenden ahora la magnitud del asunto. Pero sí que entienden la esencia del campechano. Son los niños los protagonistas. Los que seguirán la tradición. Los que marcarán un nuevo ciclo. Son las generaciones de pequeños quienes hacen válida su ciudadanía campechana. Lo lucen en sus vestuarios. Lo delinean en su imaginación. Lo dibujan en blancas hojas, blancas como su lucidez, blancas como su inocencia. Y son estos pequeñines los que llamaron mi atención. Los conocí gracias a su participaron en un concurso de dibujo infantil titulado “vamos a pintar Campeche”. Plasmaron con sus recursos, lo que para ellos significase Campeche. Y grande ha sido mi sorpresa al observar un gran mural con escenas cotidianas. Al disfrutar de la feria de San Román y los atardeceres de amarillos vibrantes. Al contonear el caballo del aguador, aunque algunos sólo lo conozcan por historias. Al imaginar las cuevas de Bécal y la Vaquería a todo su esplendor. Al hilar memorias de piratas asediando alguna construcción. Al retratar la verde pureza de la selva contrastada con la altura de los edificios de Calakmul. Al dibujar flores y animales en peligro de extinción. Al ser campechanos idealistas. Sencillos, espontáneos, cordiales. Reciba estimado lector, un abrazo viajero. Recuerde, para cualquier contacto sírvase a escribirme a [email protected] y con gusto responderé.